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Walter Cunningham: el astronauta que cierra un ciclo

Marcado por la pasión del vuelo, Ronnie Walter Cunningham no oculta su emoción cuando el 07 de mayo de 1961, ve a Alan Shepard, el primer astronauta estadounidense, elevarse por los cielos en el cohete que lo lleva al espacio. En ese momento histórico para el país como para el mundo, es un estudiante y probablemente, ignora lo que está por venir.

Seis años más tarde, Cunningham está a cargo de pilotear el Apolo 7, la misión que abre las puertas a la llegada del ser humano a la Luna. Por ello, su fallecimiento a los 90 años ocurrido el pasado 03 de enero cierra un ciclo que curiosamente coincide con los esfuerzos de la humanidad por volver a estar en el satélite natural en los próximos años.

Como muchos hombres y mujeres de la aeronáutica, probablemente no sabe que está por convertirse en un pionero. Testigo de enormes desafíos y tragedias en una industria altamente compleja, su pasión lo lleva a seguir adelante. Ni siquiera el incendio de la cápsula del Apolo 1 en 1967 que mata a tres de sus compañeros lo hace cambiar el rumbo. Como el mismo escribe en sus memorias, “Volar es un negocio orientado a la muerte. O aceptas las probabilidades o te quedas fuera. […] Hay cosas peores que morir”.

De la pobreza al espacio

A diferencia de otros pioneros de la aviación, Cunningham no proviene de una familia con recursos. Todo lo contrario. Nace en Creston, Iowa, el 16 de marzo de 1932. Sus estudios los realiza en California, en la Venice High School en Los Ángeles, los que termina en 1950.

Las oportunidades que ofrece la carrera militar probablemente lo motivan a enlistarse en la Marina en 1951, después de estudiar en el Santa Mónica College. Al año siguiente, se convierte en piloto activo del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, realizando 54 misiones en combate nocturno en Corea. Pese a estar en ámbito aeroespacial siempre se mantiene en la reserva de los Marines hasta 1975 cuando se retira con el rango de coronel.

Se dice que Cunningham pasará a la historia como astronauta atípico. La Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA) lo selecciona cuando deja de ser un militar activo. Sin embargo, su formación en ciencia como doctor en física cautivan el interés de la organización.

El 11 de octubre de 1968 Cunningham se convierte en el piloto de la primera misión tripulada del Programa Apolo, al mando del Apolo 7. Este vuelo no lleva el módulo lunar, y Cunningham era responsable de todos los sistemas de la nave, excepto el lanzamiento y la navegación. Los tres tripulantes de la misión pasan 11 días en el espacio, todo un récord para la época y una misión de pruebas.

Con el Apolo 7 se transmiten las primeras imágenes televisadas de seres humanos en el espacio flotando en ingravidez y haciendo entrevistas para los espectadores como un programa misceláneo. También se realizan los acoplamientos con otro cohete como parte del ensayo general para alunizar, acciones que hoy son habituales en cualquier misión espacial.

Si bien el Apolo 7 no llega a la Luna, el éxito de la misión posibilita que la número 8 pueda orbitar el satélite natural y las otras dos de ensayo antes del gran acontecimiento. Así, el 20 de julio de 1969, Neil Amstrong y Buzz Aldrin, ponen el pie en la Luna.

Polémico científico

Además de ser pionero en las misiones Apolo, Cunningham realiza aportes a la ciencia. Tras su viaje espacial dirige el programa Skylab para construir la primera estación espacial de los Estados Unidos.

Reviviendo históricos conflictos entre ciencia y fe, en sus declaraciones pone una separación a cualquier intento de mezclar ambas cosas. Así, no duda en responder a un periodista de The New York Times cuando en 1972 le pregunta si encuentra a Dios en el espacio. Mientras otros astronautas afirman que sí, él lo niega. “Soy un científico y todo lo que encontré durante el vuelo puede explicarse por las leyes de la física. No ha cambiado mi visión de la religión ni tuve ninguna revelación”.

También hace polémica reciente al negar que la actividad humana esté potenciando el cambio climático. Para algunos un negacionista, para otros un hombre con palabras duras, pero adecuadas.

En sus últimos años, Cunningham se dedica a defender la exploración espacial con nuevas metas. En ese sentido, critica con fuerza la pérdida de impulso y protagonismo que tienen los viajes espaciales en la sociedad ante la ausencia de logros y la aparición de varios desafíos.

Para su fortuna, en sus últimos meses de vida alcanza a ver como las últimas misiones espaciales y la ambición de los países por colocar nuevamente al ser humano en la Luna o llevarlo más allá, vuelven a despertar inquietud en hombres y mujeres, tal como ocurre en sus tiempos mozos entre sus contemporáneos.

Fotografía portada – NASA

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