“¡Es el viaje más increíble que he hecho!”, es la exclamación que hace Andrea. Con sus 13 años, por primera vez sube a un avión. Sentada en Business Class, a bordo del Boeing 777-200ER de American Airlines, espera el término del embarque. No lo puede creer. Sus compañeras también alucinan con ambiente de la cabina y los anuncios que da la tripulación.
Todos esperan el despegue para “viajar a Miami”. Una realidad que para muchos es casi habitual, pero que para ellas les es casi imposible de alcanzar. Hoy, al menos están algo más cerca, al embarcarse en esta simulación de viaje avión que American Airlines tiene preparado para la Fundación María Ayuda, institución que acoge a niñas que han visto vulneradas su dignidad y derechos.
“Nunca me había subido a un avión”, dice Susana, tras el cierre de puertas. Queda impresionada con el ancho de la cabina, con los asientos y también con el primer servicio que les dan los tripulantes. Coincidiendo con el Día del Niño, es su mejor regalo. Como muchas, espera que muy pronto pueda estar a bordo nuevamente para cumplir su real sueño: viajar a Corea del Sur.
Tras “el despegue”, Carolina le cuenta a sus compañeras que es real lo grande que son los aparatos voladores. A diferencia del resto del grupo, ella si había estado cerca de los aviones, cuando los veía elevarse desde el sur de Santiago. Hoy está a bordo y pronto también espera llegar a su destino soñado: Italia. Nos cuenta de Roma, del Coliseo y de la pizza.
Los testimonios dan cuenta de los muchos sueños pendientes y realidades que no debiesen existir. Un desafío que tiene la sociedad hoy y que debe ser interpretado como una invitación para trabajar en conjunto por una superación para que ese sueño de volar se concrete.
Producto del progreso y distintas iniciativas, la aviación viene por años contribuyendo a hacer muchos sueños realidad. Con nuevas aeronaves, mejoramiento conectividad y una creciente oferta, son más las personas que están cumpliendo sus metas simplemente con el hecho de subir a una máquina voladora y estar en otro lugar. Es la democratización de los cielos, esa realidad que permite que viajen desde nuestros abuelos hasta los más pequeños, desde quienes viven al Norte hasta los que habitan en el frío sur, del empresario hasta el obrero y desde el más hasta el menos beneficiado.
En American Airlines entienden que invitar a estas niñas a volar no es un simple acto beneficencia. Lo interpretan como parte del ADN que tienen como compañía aérea, simplemente, porque reconocen el círculo virtuoso y las oportunidades que genera el transporte aéreo con cada pasajero que se embarca en los vuelos.
“Es súper importante que estos niños puedan acercarse a este mundo”, cuentan American. “Queremos abrirles el abanico de oportunidades que existen y a lo que ellos pueden aspirar, independiente de su realidad. Como línea aérea trabajamos mucho el tema de la inclusión y nos abrimos a que realmente todas las personas puedan ser parte de esta familia”.
La integración planteada, los empleos en recuperación y la cantidad de pasajeros que está volviendo a viajar demuestran que la aviación no ha perdido su magia después del COVID-19. Volar sigue siendo accesible, pero puede serlo aún más. Esa es la invitación que la línea aérea y toda la industria hace a quienes integran este maravilloso mundo. Para que más niños, independiente de su condición, puedan es fundamental trabajar en conjunto para propiciar que la conectividad, el servicio y accesibilidad de unos pocos se extienda todos.
El “vuelo a Miami” transcurre con normalidad. Aprovechan la escasa ocupación del avión para conocer el resto de los asientos, así como los galleys del “Triple Siete”. En medio del viaje, el capitán anuncia un regalo, la visita a la cockpit. Una a una cada niña puede sentarse por un instante en el cerebro de la aeronave, observar las pantallas y comprender como se consigue que el aparato en el que están puede elevarse miles de pies sobre el suelo.
El tiempo literalmente vuela. El viaje se hace corto. Algunas no alcanzan a terminar la película y piden un tiempo más. Como toda operación, es tiempo de atender las instrucciones de seguridad que la tripulación da para preparar el aterrizaje. Abrochar los cinturones, guardar las mesitas, enderezar el asiento, además de guardar la pantalla es la rutina.
El “toque suave del piloto” nos avisa de la llegada a destino. Se apagan las luces y se desarman las puertas para el desembarque. Es tiempo de la foto con las tripulantes “¡Quiero ser como ella!”, exclama otra de las pasajeras. Al desembarcar, hay tiempo un recorrido por la plataforma y ver de cerca los motores Rolls Royce del “Triple Siete” o tocar las ruedas del tren de aterrizaje.
El vuelo llega a su fin. Es un momento triste para muchos y aterrizar a la cotidianidad. Pero como la esperanza es lo último que se pierde, es tiempo de abrir los brazos como las alas del avión que transporta los sueños y ver el futuro con optimismo para pronto volver a estar a bordo y realmente surcar los cielos.
Fotografías – Ricardo J. Delpiano (Aero-Naves)