La caída de Afganistán en manos de los talibanes está siendo comparado como un nuevo Vietnam para los Estados Unidos. Las escenas de evacuación del derrocado gobierno a bordo de un helicóptero, como las miles de personas desde el aeropuerto de Kabul se comparan a las de Saigón (hoy, Ciudad de Ho Chi Minh) de la década de 1960, dan cuenta de paralelismo de los dos acontecimientos, pero también de una política fallida.
Hay tres factores que resumen el por qué después de 20 años de presencia estadounidense se vuelve al mismo punto de partida. El primero es una serie de gastos en intentar modernizar a las Fuerzas Armadas afganas, pero sin realizar una inversión. El segundo, la falta de comprensión del entorno local y el funcionamiento político afgano. Y finalmente, es la subestimación del enemigo.
Desde que invade Afganistán tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, los Estados Unidos gastan millones en el país con el fin de equipar a las Fuerzas Armadas (Ejército y Fuerza Aérea) del país asiático para dejarlos preparados para el futuro. La entrega de material de última generación como los Embraer Super Tucano, helicópteros ataque Blackhawk o drones como ScanEagles, por mencionar algunos, dan cuenta de las intenciones de modernizar las fuerzas. Sin embargo, la tecnología de última generación contrasta con la realidad país donde apenas el 30% de la población cuenta con estabilidad en el suministro eléctrico y las tasas de analfabetismo son elevadas.
En su informe al Congreso, John Sopko, inspector general de los Estados Unidos para la reconstrucción de Afganistán (SIGAR, por sus siglas en inglés), señala que los “sistemas avanzados de armas, vehículos y logística utilizados por los militares occidentales estaban más allá de las capacidades de la fuerza afgana, en gran parte analfabeta y sin educación”.
Como ocurre en otras invasiones, la instalación de gobiernos de transición o clientes para instaurar formas políticas ajenas al país vuelve a pasar la cuenta. Como ocurre en el Iraq post-Saddam Hussein, la colocación de un nuevo gobierno centralizado desconoce la realidad país basado en un histórico funcionamiento tribal de organización política. Sin una educación de la población ni con los medios de comunicación básicos en un territorio con una geografía desafiante sin infraestructura, se dificulta por completo el ejercicio de la administración política y la creación de lazos de confianza fundamentales, especialmente cuando se utilizan ideas extranjeras que poco o nada tienen que ver con la tradición local. A esto, se suma el factor del radicalismo basado en la religión, que tras más de 20 años de instauración forzada y con el terror permanente, genera mucho más simpatizantes al aprovechar la falta de educación de la población.
Desde las batallas de Darío III contra Alejandro Magno, la superioridad numérica de las fuerzas hace subestimar al enemigo. Mientras desde el propio Pentágono, los Estados Unidos insisten que las fuerzas afganas con alrededor de 300.000 efectivos podían superar con crecer cualquier ataque de la milicia talibán estimada en 70.000 hombres u otra amenaza, ignoran el conocimiento local de su oponente, especialmente cuando conoce su territorio, tiene su arraigo en sectores de la población y existen factores que impiden contar una capacidad de respuesta preparada y adecuada.
Según cita Business Insider (16/08/2021), los números de las fuerzas afganas para los Estados Unidos son inflados. De los 300.000 efectivos, poco más de la mitad corresponden al Ejército u otras fuerzas bajo el control de un débil Ministerio de Defensa. El resto lo conforman la policía y otros cuerpos de seguridad. En dicha publicación, indica que apenas el 60% de las tropas afganas logran ser combatientes entrenados. A esto se agrega alrededor de 8.000 miembros de la Fuerza Aérea.
Además de los números, otro informe de SIGAR señala que las deserciones siempre están presentes, pero no se les dio importante dado que “era algo normal”. Dicha percepción refleja también la incapacidad de la potencia aliada por entender la situación después de 20 años de presencia en el país.
La falta de conocimiento de los Estados Unidos también se manifiesta en aspectos curiosos. Como por ejemplo, la intención de continuar brindando soporte a las fuerzas de manera remota a través de “capacitaciones por zoom” -como se refieren algunos medios- a efectivos que apenas saben leer y donde el país es incapaz de suministrar computadoras o incluso garantizar el suministro eléctrico adecuado.
Mientras tanto, el talibán que nunca se va del país, continúa avanzando y penetrando en la población. Sin duda, los vacíos durante estos 20 años de trabajo incompleto “del invasor” son bien aprovechados para lograr un rápido control de los territorios, llegar sin mayor oposición a tomar la capital y ver como el gobierno abandona el poder en un helicóptero.
En ese sentido, también queda en cuestionamiento los acuerdos de paz firmados por los Estados Unidos con los talibanes bajo la administración Trump en febrero de 2020 y los anuncios de retiro de tropas. Para muchos afganos -quizás reconociendo su propia situación país y deficiencias- dicho proceso abre una serie de incertidumbre y temores que se hacen realidad hoy.
Según cita la agencia Reuters, en ciudades como Jalalabad o Kandahar, la propia población ante un conocimiento de una evidente capacidad de respuesta de sus propias fuerzas, prefiere dejar el paso a los talibanes con el fin de salvar la mayor cantidad de vidas y aceptar la nueva realidad. Por lo mismo, los últimos reportes de prensa muestran los escasos enfrentamientos en las ciudades y como los habitantes de estas adecúan tiendas, anuncios publicitarios y vida diaria, a las reglas de la interpretación política-radical del islam que profesa estos grupos.
El presidente Biden defiende la decisión de retirar tropas estadounidenses. Sin embargo, la medida le genera sus primeros cuestionamientos abiertos ante el fracaso de su país en Afganistán. Según Ronald Neumann, un ex embajador de los Estados Unidos en Afganistán, el retiro de tropas “debió tomar más tiempo” y que la salida anticipada de personal civil estadounidense es clave para atender la situación de las fuerzas. “Construimos una Fuerza Aérea que dependía de contratistas para el mantenimiento y luego retiramos a los contratistas”, dice a la radio pública NPR.
La actual administración Biden está “sorprendida” por la caída de Afganistán después de expresar la confianza en el trabajo realizado y la capacidad de respuesta que se podía generar contra el talibán. “La probabilidad de que los talibanes se apoderen de todo y posean todo el país es muy poco probable”, dice el Presidente estadounidense en una conferencia de prensa el pasado 08 de julio.
Queda en interrogante si una permanencia por más tiempo de los Estados Unidos de los territorios afganos podría haber significado evitar el desastre actual del país o sólo habría dilatado los acontecimientos. En paralelo, falta también considerar el rol que pueden desempeñar otras potencias como China y Rusia en el país. Como a lo largo de su historia, nuevamente Afganistán está en disputa.
Fotografía portada - USAF