Después de 16 meses de pandemia con dos extensos periodos de cierre de fronteras (12 meses, en total), más del 75% de la población vacunada y una baja de contagios por COVID-19, Chile destaca en el mundo por ser uno de los países más restrictivos para la población. La situación contrasta con muchos países del mundo que con menos población vacunada están encaminados a un retorno a la normalidad.
Cerrar las fronteras implica un daño significativo al país. Si bien la industria de la aviación es la más golpeada, la mantención de esta medida representa la profundización de su impacto negativo en muchos sectores de la población del país, además de incrementar la incertidumbre en sectores estratégicos del país.
La aviación aporta US$7.200 millones al Producto Interno Bruto de Chile y sostiene a más de 191.000 empleos. A estos se agregan otros miles de puestos de trabajo en sectores como la hotelería, la gastronomía, las atracciones, entre otros rubros. Uno de los sectores beneficiados son las pequeñas y medianas empresas (PYMES), especialmente de regiones. Por cada un empleo que se crea en aviación se crean otros tres o cuatro en sectores afines, por consiguiente, imponer o continuar con medidas restrictivas se traduce en limitar el efecto catalizador de la aviación.
Producto del cierre de las fronteras y las restricciones de viaje, en Chile se reporta una pérdida de US$4.616 millones al PIB y más de 121.000 puestos de trabajo, sólo en 2020. El impacto es mayor considerando las severas restricciones de ingreso y salida que coloca el Gobierno de Chile desde 05 de abril y se mantienen hasta la actualidad. En materia de conectividad, el país pierde 29 enlaces aéreos entre pares de ciudades y 4.414 frecuencias equivalentes al 75% de los vuelos realizados en 2019.
Como consecuencia, la conectividad se ve significativamente reducida. A fecha de hoy, Chile reporta la pérdida de líneas aéreas como Emirates y Qantas, mientras que en rutas nacionales pierde al único operador dedicado al negocio chárter (ONE Airlines). Además, alrededor de ocho compañías aéreas mantienen suspendidas sus operaciones y las que vuelan al país lo hacen con capacidad reducida en comparación con 2019. Por regiones, los enlaces de Chile con Asia y el Pacífico son los más afectados por la ausencia de empresas que vuelen directo o sin escalas. También se afecta la conectividad al extranjero desde el interior de Chile, alcanzados después de años de progreso, que para ciudades como Antofagasta, Calama, Concepción y Punta Arenas, significa contar con vuelos internacionales propios sin depender de la capital.
Junto con al tema económico, el cierre de fronteras tiene un impacto social y emocional. El mundo globalizado favorece al intercambio de relaciones con el resto de los países que se traducen en nuevos lazos familiares o interpersonales que hoy están interrumpidos. La conectividad con el extranjero es fundamental para mantener los vínculos y cualquier medida en contra genera una serie de daños personales y colectivas que se suman a los efectos que generan la pérdida de fuentes laborales y las afecciones sociales que esto crea.
A lo anterior, se agrega daños en los derechos humanos de las personas como la libertad o la movilidad, entre otros los cuales los Estados juran respetar. El cierre de las fronteras de los países representa una vulneración de esos derechos y una limitación de las libertades que se contrapone con el ideal de un país moderno, inclusivo, igualitario y democrático.
A nivel mundial, los cierres de fronteras se imponen de manera unilateral por los Gobiernos a partir de marzo 2020 como mecanismo de protección ante el avance de los contagios por COVID-19. La razón es crear una barrera defensiva que permita contener una enfermedad nueva y altamente contagiosa de la cual en su momento no se tiene más información y menos se cuentan con las herramientas para combatirlo. Sin embargo, por su naturaleza el virus con su mutación habitual como parte de su evolución natural está presente en todos los países, independiente de que si las fronteras están abiertas o cerradas. Como generador de una enfermedad endémica, el SARS-CoV-2 está llamado a permanecer en el tiempo al igual que muchos otros microorganismos con los cuales los seres humanos conviven diariamente y a lo largo de la historia.
En ese contexto, los cierres de fronteras y las cuarentenas demuestran su escasa efectividad para detener los contagios dado que el virus logra adaptarse al entorno o buscar la fórmula de existir. Países como Australia, Argentina o Chile que mantienen cerradas sus fronteras reportan una continuidad de los contagios con el ingreso de nuevas variantes. Cabe señalar que un hermetismo total de los países tampoco es posible, ni siquiera en los pocos países cerrados como Corea del Norte, ya que pese a los controles tiene un cierto movimiento de personas.
Gracias al avance de la ciencia, actualmente existe información sobre el virus y por lo mismo se puede generar mecanismos de protección basados en un enfoque de riesgo. Las líneas aéreas y los aeropuertos son uno de los primeros y más rápidos sectores en adaptarse a la nueva realidad con el fin de brindar espacios seguros a las personas. A lo largo de la historia, la seguridad es la prioridad número uno del transporte aéreo y la pandemia del COVID-19 no será la excepción.
Adicionalmente, existen las vacunas como herramienta de efectividad. El progreso científico demuestra que estas son efectivas frente al virus, reducen los contagios, previenen el ingreso de las personas a los hospitales y disminuyen significativamente la posibilidad de que los contagiados fallezcan.
Por consiguiente, Chile al igual que otros países se encuentra en condiciones de dar pasos más significativos considerando las altas tasas de vacunación de su población y la disminución de los contagios. Al mantener las fronteras cerradas y otras restricciones, sus autoridades no sólo continúan generando daños económicos y sociales en la población, sino que también alientan a generar innecesarios efectos políticos.
La Organización Mundial de Salud (OMS) a través del programa COVAX hace un llamado a los Gobiernos de todo el mundo para avanzar hacia la recuperación de la vida diaria en los países a medida que avanza el proceso de vacunación. En ese sentido, insta a las autoridades a devolver las libertades a las personas permitiéndoles viajar entre otras funciones que las personas normalmente realizaban previo a la pandemia. Por el contrario, mantener las restricciones suponen un desconocimiento del aporte que hace la vacunación.
En un enfoque realista del escenario, la OMS apela a un retorno seguro de la normalidad a medida que avanza la vacunación lo que incluye a los viajes, congresos y otras actividades suspendidas. El propio organismo indica cuatro lineamientos para reanudar los viajes internacionales: que los Gobiernos no exigen algún comprobante de vacunación como una condición obligatoria para salir o ingresar a un país; Eliminar medidas como pruebas y/o requisitos de cuarentenas para los viajeros que estén completamente vacunados o que hayan tenido una infección previa de COVID-19 en los últimos seis meses a su salida o llegada; Ofrecer alternativas para las personas no vacunadas a través de pruebas de diagnóstico de COVID-19 como PCR o de antígenos (Ag-RDT); e implementar medidas de prueba y/o cuarentena para viajeros internacionales sólo cuando exista un enfoque basado en el riesgo con respaldo en la evidencia científica.
Desde el inicio de la pandemia, la aviación demuestra no ser un vector de contagio. Gracias al equipamiento de las aeronaves y los protocolos introducidos demuestran ser seguros para la propagación del COVID-19. Según datos de la Universidad de Harvard, en 2020 apenas se indican 44 casos de contagios en 1,2 mil millones de viajes con una probabilidad de contagio de menos de 1%.
Fotografía portada – Simón Blaise