Marcando un hito a nivel aeroespacial, una aeronave Boeing 747SP (“Special Performance”) de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA) de los Estados Unidos que transporta un telescopio de 2,7 metros de diámetro, detecta por primera vez, agua en la Luna. El descubrimiento se realiza en el cráter Clavius, uno de los más visibles del satélite natural terrestre, ubicado en su hemisferio sur. Además del hallazgo, el descubrimiento confirma que el agua puede estar distribuida por superficie lunar y no sólo en lugares fríos o sombreados.
Según estudios anteriores de NASA, se habría observado alguna forma de hidrógeno sobre la superficie lunar, pero no se había podido distinguir si se tratara de agua o hidroxilo. Los datos de esta ubicación revelan agua en concentraciones de 100 a 412 partes por millón, aproximadamente equivalente a una botella de agua de 12 onzas, atrapada en un metro cúbico de suelo esparcido por la superficie lunar. Para los investigadores y científicos de NASA había indicios de encontrar agua (en su composición química conocida, H2O) sobre la superficie iluminada de la Luna.
El descubrimiento es el resultado de años de investigación que comienzan desde que el hombre pisa por primera vez la Luna, por la concepción inicial de que era completamente seca. Tras veinte años de investigación, NASA puede observar hielo en cráteres bajo sombra permanente alrededor de los polos lunares. Es así como varias misiones espaciales como, por ejemplo, Cassini, Deep Impact, Chandrayaan-1 (de la Organización de Investigación Espacial India) y la instalación del telescopio infrarrojo terrestre de NASA, observan ampliamente la superficie iluminada de la Luna, encontrando evidencia de hidratación, pero sin distinguir la forma en la que se encuentra. Este descubrimiento plantea interrogantes sobre cómo se crea y cómo persiste el agua en la superficie lunar.
“Ahora sabemos que está ahí. Este descubrimiento desafía nuestra comprensión de la superficie lunar y plantea preguntas intrigantes sobre los recursos relevantes para la exploración del espacio profundo”, comenta Paul Hertz, director de la División de Astrofísica en la Dirección de Misiones Científicas en la Sede de NASA en Washington.
SOFIA (Stratospheric Observatory for Infrared Astronomy, por sus siglas en inglés), es un observatorio infrarrojo montado al interior de un Boeing 747SP especialmente equipado. La aeronave y parte de los equipos fueron modificados y desarrollados por NASA en Estados Unidos, mientras que el telescopio y sus espectrómetros de alta resolución fueron desarrollados e instalados por DLR. En su construcción, participan dos firmas alemanas (MT-Mechatronics y Kayser-Threde), además de aportes de otras empresas de toda Europa. Su montaje se realiza en Waco, Texas, operación que requiere la colaboración de Airbus Transport International al utilizar uno de los A300-600ST “Beluga”.+}
SOFIA nace para reemplazar al antiguo KAO (Kuiper Airborne Observatory), observatorio en servicio con NASA desde mediados de la década de 1970 montado al interior de un Lockheed C-141 Starlifter modificado, el que contaba con un reflector Cassegrain de 91,5 centímetros de apertura. Su trabajo permite por ejemplo, hallar los anillos planetarios de Urano en 1977, la presencia de una atmósfera en Plutón en 1988 y las formaciones de anillos alrededor de diversas estrellas. Su periodo de servicio llega en 1995, tras 20 años de operación.
El proyecto es multilateral y su utilización es compartida por otros países con asignación de funciones, operaciones, número de vuelos al año, costos y mantenimiento de equipos. Alemania, por ejemplo, cubre el 20% de los costos y tiene la posibilidad de realizar 30 vuelos científicos al año. NASA, por su parte, cubre los gastos restantes y se encarga de la operación desde su base en Estados Unidos. Desde su materialización en el B747SP, las distintas misiones se llevan a cabo en territorio estadounidense, a excepción de vuelos científicos en Europa. El 11 de abril de 2013, SOFIA alcanza los 100 vuelos científicos, lo que marca uno de los primeros hitos del programa. El proyecto astronómico está fijado en un período de 20 años.
Tras el reciente descubrimiento, SOFIA ofrece una nueva forma de mirar la Luna con observación en vuelo a 45.000 pies (FL450) permitiendo la obtención de una vista más clara del univero. Con una cámara infrarroja débil, diseñada para observar objetos distantes y tenues como agujeros negros, cúmulos de estrellas y galaxias, el foco de SOFIA sobre el vecino más cercano y brillante de la Tierra fue una desviación de la normalidad, según describe NASA.
Los operadores del telescopio suelen utilizar una cámara guía para rastrear estrellas, manteniendo el telescopio fijo en su objetivo. Sin embargo, la Luna se encuentra muy cerca y brillante que llena todo el campo de visión de la cámara guía. Sin estrellas visibles, no estaban seguros de que el telescopio podría observar el satélite natural de manera confiable, por lo que someten a SOFIA a pruebas en agosto 2018.
“De hecho, era la primera vez que SOFIA miraba la Luna y ni siquiera estábamos completamente seguros de si obtuviéramos datos confiables, pero las preguntas sobre el agua de la Luna nos obligaron a intentarlo. Es increíble que este descubrimiento surgiera de lo que era esencialmente una prueba y ahora que sabemos que podemos hacer esto, estamos planeando más vuelos para hacer más observaciones”, subraya Naseem Rangwala, científico del Centro de Investigación Ames de NASA en Silicon Valley, California.
Los vuelos de SOFIA continuarán con el objetivo de hallar más moléculas de agua en la zona iluminada de la superficie lunar como también en diferentes fases lunares. El objetivo es determinar y estudiar la producción de agua y su movimiento en la Luna. NASA se encuentra ansiosa por aprender todo al respecto antes de enviar a la primera mujer y al siguiente hombre a la superficie lunar en 2024.
Boeing 747SP de SOFIA
El B747SP es una versión acortada del B747-100. Desarrollado por Boeing en la primera mitad de los años setenta, como una alternativa para aquellas líneas aéreas que en esos años requieren aviones capaces de volar largas distancias, pero que no disponían de suficiente demanda. Por su capacidad y prestaciones, se lo puede considerar como el antecesor de los aviones ultra larga distancia con capacidad entre 250 y 300 asientos.
Por estar pensado para ciertas compañías, su éxito comercial es escaso. Sólo se producen 45 unidades. Algunas líneas aéreas que lo utilizan son Aerolíneas Argentinas, American Airlines, Braniff, Pan American World Airways (Pan Am), Saudia, Trans World Airways (TWA) y United Airlines, además de Iran Air, último operador en el mundo. También existen algunos ejemplares en configuración VIP utilizado por algunos Gobiernos.
La aeronave utilizada por SOFIA corresponde al SN211441, ejemplar adquirido por la desaparecida Pan Am en 1977. Recibe el nombre de Clipper Lindbergh por Anne Morrow Lindbergh, en homenaje al 50 aniversario del histórico vuelo trasatlántico de Charles Lindbergh, su fallecido esposo. En 1986, la aeronave se vende a United Airlines, compañía que lo opera por una década hasta que en 1997, cuando es adquirido por NASA.
Tras grandes modificaciones en su interior y exterior, el avión vuelve a los cielos en 2007 y tres años más tarde comienza sus tareas de observación astronómica. Como acto conmemorativo, la aeronave es bautizada nuevamente como Clipper Lindbergh por el nieto del aviador, Erik Lindbergh.
A lo largo de su operación, sus equipos reciben permanente actualización, dentro de los que se destaca una nueva aviónica, instalada en 2012, y otros sistemas con visualización digital multifuncionales. Conjuntamente, los sistemas de control del telescopio infrarrojo son reemplazados para obtener mejores imágenes y control sobre la dirección de estas.
Fotografía portada – NASA